Pago de Domblasco. ENOLOGÍA, de Carmen Tristancho
Normalmente escribo sobre lo que me gusta y sobre lo que me sorprende, claro está, en materia de vinos. Me resulta muy difícil escribir sobre un vino que no me gusta o que no me dice nada, que no me cuenta nada, porque el vino te tiene que hablar en la copa, mientras mantienes una conversación ‘de tú a tú’ que comienza cuando el preciado líquido cae en tu copa y continúa sin interrupción, hasta que la copa queda vacía. Ahí comienza una conversación, que a veces llega a buen término y a veces la dejas a medias.
Es una conversación que, como en todo protocolo, tiene unas presentaciones; y hace poco me presentaron un vino, del que ya había oído hablar, pero que no aún no había entablado conversación con él. Pago de Domblasco se llamaba el vino.
Una vez hechas las presentaciones, en lo primero que me fijo es en su ubicación, de dónde es, y estamos hablando de un vino que tiene una situación geográfica espectacular, pues es de Salvatierra de los Barros; por lo general pensaríamos en un vino de Tierra de Barros, pues pertenece a dicha subzona y sus suelos suelen ser de arcillas, pues en este caso hablamos de una bodega inusual, con una tierra inusual y una elaboración también inusual, ya que el viñedo está plantado sobre un terreno calizo, un manto blanco al pie de la sierra y que parece no pertenecer a tan singular zona de barro rojo, en la que con una altitud de poco más de 600 metros nos encontramos la bodega Pago de Domblasco, en la que se elaboran dos tipos de vinos, un joven y un crianza.
La bodega está compuesta por dos edificaciones, un edificio mudéjar del siglo XVII, antiguo oratorio convertido a bodega en el siglo XIX, y una edificación reciente que alberga los nuevos adelantos tecnológicos.
La vendimia se hace a mano a mediados de septiembre, recogiendo las uvas en cajas pequeñas, que se mantienen a bajas temperaturas hasta su despalillado, previo un exhaustivo proceso de selección del fruto.
El proceso de fermentación, lento y a temperatura controlada, se realiza en la nueva edificación.
Posteriormente el vino madura en las tinajas centenarias de la vieja bodega hasta su embotellado o envejecimiento en barrica.
El actual propietario de la Bodega del Boticario, León Martínez de Azcona de la Concha, ha recuperado cuatro hectáreas de terreno calizo, manteniendo las variedades típicas de la zona, garnacha común, tinto aragonés (tempranillo) y mazuelo, añadiendo una pequeña proporción de petit verdot como toque innovador, con la ilusión de recuperar un vino con personalidad propia, que ya destacó al inicio del siglo pasado como de los mejores tintos de Extremadura (los vinos de Salvatierra de los Barros aparecieron en guías turísticas en aquella época).
Y hablando de la conversación que mantuve con una copa llena de vino de Domblasco, les cuento un poco de aquella conversación. Cayó en la copa como un pañuelo de seda color rojo tinto que se deslizaba con elegancia por donde pasaba y al mismo tiempo ‘pintaba’ el cristal con su estela de color. Ya la entrada en la copa fue espectacular, pero al acercármelo, en nariz ya se vislumbraba grande, el aroma inconfundible de la garnacha potente de un suelo calizo animaba la conversación y presagiaba un buen rato, sus aromas de fresa y frambuesa con un toque de pimienta negra recién molida, que iban evolucionando y se hacían mayores y maduros con una acidez perfecta, que le servía de transporte sin altibajos, haciendo que el tiempo se mantuviera parado y la conversación seguía su curso natural, evolucionando en la copa hasta el final, donde un vino mineral y con cuerpo llevó la batuta de la conversación hasta que la copa quedó de nuevo transparente, con un viso de color, alcohol y aromas que aún perduraban en un cristal triste porque la seda rojo oscuro lo había dejado desnudo, sin el vino de Pago de Domblasco.
Un vino que tiene un paso por unas tinajas de barro rojo utilizado para agua y que, en este caso, estas tinajas hacen que se convierta en un vino con una personalidad insólita y atrevida como su elaboración.